Diferencia entre revisiones de «Diarios de una lectora»
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Revisión actual del 15:07 15 nov 2018
Fecha de estreno: 13/09/2018
Lugar de estreno: Centro Universitario de Arte UNLP
Una obra de: Leonardo Basanta, Mariana del Mármol
Basada en: El Nº 1 de la revista El Ojo y la Navaja
Temas: Danza, Teatro, Cuerpo, Escritura
Formato: Performance,
Género: Performance,
Sinopsis
¿Existe una danza en la palabra escrita? ¿Cómo se traduce la potencialidad de la palabra escrita a un cuerpo? ¿Se puede bailar una revista? Aprovechando la oportunidad de la presentación performática del Nº 1 de la revista “El ojo y la navaja” una bailarina frustrada concretará finalmente el sueño de bailar.
Participantes
Mariana del Mármol | Performer |
Leonardo Basanta | Dirección |
Funciones Especiales
Fecha | 13-09-2018 |
---|---|
Lugar | Centro Universitario de Arte UNLP |
En el marco de | Presentación del Nº 1 de la revista El Ojo y la Navaja |
Más sobre la obra
Me tiembla la voz.
Abro la revista, y encuentro en la página 32 un párrafo que me tranquiliza: su autora dice que en una entrevista realizada a Fischer-Lichte le preguntaban si, al ser el actor un productor de eventos corporizados, el público podría reconocer especificidades concernientes al trabajo que determina a un actor y a un performer. Ella responde que todo acto en escena solicita de la capacidad de imaginación del espectador, de su empatía emocional.
Me tiembla la voz o estoy completamente tensa. No sé, lo más probable es que ambas cosas retroalimentándose en un círculo vicioso de la incomodidad. Hace ya diez años que ensayo –aunque sin este marco denominativo- ambas performances: la teatral y la académica (esta última mucho más que la primera) y en ocasiones mucho más frecuentes de lo que me gustaría la incomodidad, los nervios y el tembleque o la afectación extraña de mi voz me sorprenden. Dejan al desnudo esa mentira que me invento a mí misma de que puedo nadar como un pez en el agua en esas ocasiones de exposición. Mentira. Lo entreno y lo practico desde hace años y sin embargo algo de lo inesperado siempre irrumpe dejando mi inseguridad al desnudo. Hablo con un amigo sobre este miedo y me dice que no me preocupe, que a él le parece hermoso cuando a la gente le tiembla la voz. Acto seguido enumera más de veintiun ejemplos de presentaciones orales públicas que recuerda porque a sus protagonistas les temblaba la voz. Me doy cuenta en su relato que ha armado un pequeño catálogo. Desde temblores casi imperceptibles hasta aquellos que podrían medirse en la escala de Richter, temblores tan agudos que podrían romper cristales, tan irregulares que obligan a las cardiólogas presentes en la sala a interrumpir el evento con un chequeo urgente y temblores tan cancheros que permiten a sus víctimas camuflarlos si es que se animan a empezar a rapear. Me dice que otra cosa que le parece apasionante de este tipo de experiencia es que es un caso magnífico de sinestesia ya que el temblor (fenómeno originalmente táctil) no sólo se escucha sino que se vuelve rojo en el rostro de quien lo padece y el miedo al ridículo se huele en el aire. Pero lo más lindo que me dice es que es que le gusta porque humaniza, porque nos hicieron creer que no hay que hacerlo, que hay que estar seguros, y él no coincide mucho con eso.